Una semana antes que empiece la cuarentena terminé de leer el potente libro “La civilización empática” de Jeremy Rifkin. Un libro que reseteó la manera en la que yo veía la historia de la humanidad y me dejó preguntas desafiantes que la pandemia poco tiempo después empezó a responder. La premisa inicial, inquietantemente esperanzadora (extraña paradoja), es que nos han contado la historia mal: “los historiadores escriben sobre guerras y otros conflictos sociales, sobre grandes héroes y grandes malvados, sobre el progreso tecnológico y el ejercicio del poder, sobre injusticias económicas y sociales…muy rara vez los oímos hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y en la sociedad”.
¿Por qué ha ocurrido esto? Según el autor “la respuesta es que los relatos de maldades y tragedias nos sorprenden. Al ser inesperados, nos provocan inquietud y hacen crecer nuestro interés porque son sucesos nuevos y no constituyen la norma; pero tienen atractivo periodístico y por esta razón pasan a la historia”. Sin embargo, enfatiza el autor, “el mundo cotidiano es totalmente diferente, abundan los actos de generosidad y empatía. La historia de nuestra conciencia empática subyace en toda la historia de nuestra civilización”.
Durante esta cuarentena ha sucedido lo mismo. Mientras la mayoría de los peruanos están en su casa, respetando la ley, compartiendo cuidados, aplaudiendo de noche, regalando víveres a las personas que recogen la basura, a los policías y soldados, haciendo trasmisiones por internet de apoyo y contención, enviando mensajes motivadores, etc; las noticias recalcan a la persona que desobedeció haciendo deporte, paseando el perro, o acumulando papel higiénico. ¡Depende de ti decidir cuál es la realidad que quieres ver! Y con eso no me refiero a que solo nos enfoquemos en lo “bueno y bonito”, no es ver el mundo como si fuera todo color de rosas, sino enfocarnos en lo positivo, en aquello que nos reta, que nos enseña y saca lo mejor de nosotros. Enfocarnos y darle mayor valor a nuestro aporte y a la empatía creciente.
Hace muchos años que he experimentado en carne propia el poder que tenemos cada ser humano para decidir cómo percibimos la realidad. Muchas veces creemos que la realidad es objetiva y nosotros simples procesadores de los hechos. Pero no es así, los seres humanos traducimos la realidad según nuestros términos y actuamos de acuerdo a estos.
Esta cuarentena, por ejemplo, se puede percibir como el inicio del apocalipsis, como el principio del fin, y vivir con un estrés muy alto con pensamientos catastróficos y viendo todo como una amenaza. Pero también podemos verla de otro modo si así lo decidimos: como una muestra de empatía global nunca antes vista en la humanidad. La globalización “globalizó” la empatía, y el resultado es hermoso. Todos en cuarentena para cuidarnos y cuidar al otro. Compartiendo datos y ayudas entre los países. Deteniendo los conflictos entre humanos para enfrentar juntos como humanidad a un enemigo invisible, un enemigo microscópico y potente.
Una de las cosas que más me ha sorprendido ha sido como el mundo está enfrentando la crisis en donde se ha cuestionado un gran paradigma absolutamente instalado en nuestro sistema de creencias: “La economía, el crecimiento y la productividad son lo MÁS importante”. A pesar de esto, estamos tomando medidas muy estrictas de seguridad sanitaria. Si siguiéramos en ese paradigma seguiríamos produciendo y asumiendo el costo de un 5% de muertos, en su mayor parte personas de la tercera edad. Pero no, no ha sido así. Hemos decidido detener la economía para evitar que muera alguien, hemos preferido dejar de trabajar para poder atender a todo paciente que lo necesite. Me parece un milagro presenciar algo así. En una sociedad tan consumista, priorizar la vida por encima del dinero me parece un hito histórico que reafirma lo dicho por Jeremy Rifkin. Por supuesto que hay países que se resisten o se demoran en tomar decisiones para proteger la vida ajena, pero tarde o temprano lo harán. Este coronavirus nos ha quitado la corona y con humildad debemos quedarnos en casa valorando la vida.
El libro también hace una pregunta inquietante que gracias al maestro coronavirus podríamos responder. Planteaba el autor que esta era post moderna es muy paradójica. Mientras el internet ha producido una empatía global, mostrándose en una defensa de las minorías, de los derechos humanos e inclusive de los derechos de los animales, al mismo tiempo muestra su cara más oscura aumentando el narcisismo y calentando el planeta llevándonos al borde de la extinción, ¿Quién ganará?, se pregunta, ¿la empatía o la entropía tan extrema en el que está nuestro planeta?
Y de pronto apareció el coronavirus.
Y tuvimos que detenernos, las industrias pararon, los aviones dejaron de despegar, los carros se detuvieron y hasta los millennials dejaron la gratificación inmediata y el facilismo para aprender tolerancia a la frustración. La naturaleza, descansando de nosotros, comenzó a sanarse, las aguas a limpiarse y el cielo a purificarse. Comenzó a ganar la empatía, a disminuir la entropía y, por consiguiente, el narcisismo.
Victor Frankl, un psicoterapeuta que vivió los horrores de los campos de concentración, escribió la teoría psicológica más positiva que leí jamás: el humanismo. En el libro “El hombre en busca de sentido” afirma que incluso en condiciones tan extremas como en un campo de concentración, nadie puede quitarte tu libertad interior. La libertad de decidir el sentido que le das a la vida.
¿Qué sentido le damos a esta cuarentena? Quizás para los pesimistas y escépticos peco de ingenuo, quizás sea cierto. Pero la ciencia ha demostrado que si tu percepción es fatalista y lo ves todo negro, probablemente la tensión causará estragos en la salud y en el sistema inmunológico, tan necesario en estos tiempos. Además de una gran inestabilidad emocional, muchas veces olvidada hasta muy tarde.
En cambio, ¡a mí me sucede algo maravilloso! Esta sensación de estar conmovido por esta “empatía pandémica” que busca priorizar la vida antes que cualquier otro valor, me hace enfrentar la crisis con más calma, con más fortaleza y con mejor ánimo. Y desde mi libertad interior decido verlo así. Y sé que la historia se quedará únicamente con los datos, con las estadísticas, cuántos muertos, cuantos días y sus efectos en la economía. Pero yo, cuando sea anciano, contaré mi versión de la historia, de como una civilización global se unió en una corriente empática y milagrosa que nos salvó como especie.