Fotografía de Ketan Rajput
Jugar es un derecho
(Artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas)
“Un rasgo importante del juego es que, en él, y quizá solo en él, el niño o el adulto están en libertad de ser creadores” [1]
Este 28 de mayo celebramos el Día Internacional del Juego en más de 40 países alrededor del mundo. Este día nos recuerda que jugar es indispensable en todas las etapas de nuestras vidas.
Jugar es una actividad universal [2], podemos encontrarla desde el inicio de todas las civilizaciones. Sin importar la edad, se ha jugado, se juega y se seguirá jugando en cualquier cultura del mundo. Jean Piaget decía “el juego es el trabajo de la infancia” y es que la persona en sus primeros años de vida juega de forma innata, con libertad y encontrándose con el disfrute y la alegría. Cuando vamos creciendo, y nos hacemos adultos, usualmente olvidamos esta conexión vital, nos enfocamos en otras cosas aparentemente “más importantes” como sobrevivir a este mundo cada vez más complejo, sobrecargado de información, vivimos inmersos en la realidad, olvidamos también que el juego es una fuente infinita de placer y que nos permite vivir en un equilibro saludable con nuestro cuerpo, mente y emociones.
Se han hecho muchos estudios sobre el juego, y entre los miles de beneficios podemos encontrar que nos permite ser espontáneos, estimula y nos conecta con nuestras emociones, nos ayuda a crear vínculos y relacionarnos con las demás personas.
Cuando uno juega “de verdad” se pierde en el tiempo, podemos olvidarnos hasta de la hora de comer, entramos a un mundo de aventuras, de riesgo, misterio. Al terminar salimos a la realidad con la sensación placentera de éxito y disfrute, jugar nos ayuda a encontrar nuestros recursos para afrontar la vida.
Hoy más que nunca, necesitamos jugar, en este contexto que pareciera sacado de un mundo imaginario, en plena pandemia mundial, donde vemos restringido (entre muchas cosas) nuestro espacio, nuestros horarios, nuestra libertad y donde manejar nuestras emociones se vuelve difícil. El juego nos permite imaginar diferentes escenarios, situaciones y contextos, inventar alternativas de escape, encontrarnos con lo absurdo y permitir el error; es increíble como todo esto se va dando en este espacio de goce absoluto. “El niño vive en el juego una experiencia inusual a la vida del adulto: la de enfrentarse por sí solo con la complejidad del mundo, él con su permanente curiosidad, frente al mundo con todos sus estímulos, sus novedades, su fascinación. Jugar significa recordar cada vez un detalle de este mundo: un detalle que comprenderá a un amigo, los objetos, las reglas, un espacio que ocupar, un tiempo que administrar, riesgos que correr. Con una libertad total, porque lo que no se puede hacer se inventa.” [3]
Cuando nuestro rango de juego es restringido, experimentamos el mundo de una manera diferente, no encontramos recursos para crear mejores posibilidades ante una situación desvalida, es decir, estamos al límite, sin salida, no podemos lidiar con el caos. Jugar en el campo de las artes expresivas es una pieza clave en todo el proceso. Necesitamos ampliar nuestro rango de juego, darnos la oportunidad de recuperar la espontaneidad, inocencia y magia de nuestra(o) niña(o) interior. La persona en el juego se encuentra con las restricciones, éstas llegan a través de las “reglas del juego” y de esta forma son menos amenazantes. En la medida que uno encuentra recursos en el juego puede encontrar recursos para el día a día ya que la experiencia de éxito es reconfortante. El juego nos lleva a un espacio neutral donde todo acto creativo va en busca del placer y la alegría sin juicios.
El día Internacional del juego nos recuerda que tenemos a la mano un recurso importante para ayudar a sostenernos y sostener a los demás. Conectarnos con nuestra curiosidad, estar abiertas al cambio y la sorpresa, ser críticos y libres.
¿Te acuerdas cuándo fue la última vez que jugaste? No hay rango de edad, vamos a despeinarnos el alma un momento: ¡Vamos a jugar!
[1] Winnicott D. (1971) Realidad y Juego, p.79. Barcelona, España: Gedisa.
[3] Tonucci F. (1996) La Ciudad de los Niños, p.43. Buenos Aires, Argentina: Losada.